El
mito griego de Teseo y Ariadna y “La casa de Asterión” de Jorge Luis Borges
1) Investigá y relatá brevemente el origen del minotauro y del laberinto de Creta.
2)
El
mito de Ícaro se relaciona con el del minotauro. ¿Cómo?
3)
Leé
el cuento “La casa de Asterión” de Jorge Luis Borges que está al final, y resolvé:
a)
¿En
qué consiste la transformación que hace Borges del mito griego del minotauro?
b)
Elegí
tres adjetivos para caracterizar a Asterión.
c)
¿Cuántos
narradores aparecen? ¿Cuándo y por qué cambian?
d)
Asterión
mismo dice: “La casa es del tamaño del mundo, mejor dicho, es el mundo”. ¿Con
cuál de los siguientes enunciados relacionarías esta expresión? ¿Por qué?
El laberinto de la tierra
reproduce el laberinto celeste, es decir, imágenes del movimiento aparente de
los astros.
El laberinto es la casa del
hombre que hace esfuerzos por hallar un centro que le dé sentido a su vida.
El laberinto sin salida donde
el hombre vaga perdido, significa el universo infinito e incomprensible.
e)
¿Cuál
es el juego preferido de Asterión?
f)
¿Por
qué ya no le duele la soledad?
g) Releé el final. ¿Cómo entiende el monstruo la
salida del laberinto?
h) ¿Qué sentimientos o emociones
despierta en vos el minotauro imaginado por Borges?
4)
Lee los siguientes fragmentos críticos de Delia Steinberg Guzmán
y contestá:
“(…) todo mito, todo hecho figurado, todo relato
simbólico, en el fondo se apoya sobre alguna realidad, aunque a veces no
podamos llamarla histórica. El mito es
verdadero como referencia a realidades psicológicas, a vivencias humanas, a
procesos y formas que se reflejan cubiertos de símbolos y echan a rodar a
través del tiempo, entre los hombres, llegando a nosotros, que tenemos que
tomarnos el trabajo de develarlos, esto es, quitar sus velos y volver a
encontrarnos con el sentido oculto, con el sentido profundo de las cosas.
(…) Psicológicamente, la
angustia de un Teseo que buscaba al Minotauro para matarle es también la
angustia del hombre que teme y que está desconcertado. Tenemos miedo porque no
sabemos; miedo porque desconocemos cosas y en ese desconocimiento nos sentimos
inseguros. Temor que se manifiesta muchas veces en no saber qué elegir, no
saber qué hacer, hacia dónde dirigirse. Desconcierto es la otra enfermedad que
nos aqueja psicológicamente en el laberinto actual. ¿Qué sentido darle a
nuestra vida sino un puro desconcierto? ¿Para qué trabajamos o para qué
estudiamos? ¿Para qué vivimos y qué es la felicidad? ¿Qué perseguimos? ¿Qué es
la tristeza y cómo la adivinamos?
Psicológicamente,
seguimos inmersos en un laberinto; psicológicamente, aunque no haya monstruos,
aunque no haya pasadizos, estamos perpetuamente atrapados.
Claro está que el mito
nos ofrece una solución. Teseo no entra con las manos vacías al laberinto;
tampoco es lógico que nosotros resolvamos el problema de nuestro laberinto con
las manos vacías. Teseo lleva dos cosas: un hacha (o una espada, como se
quiera) para matar el monstruo, y un huso de hilo, su ovillo para encontrar el
camino.
Traduzcamos un poco esto
a nuestro lenguaje.
El hacha o la espada ha
sido siempre un símbolo de voluntad. ¡Cuántas tradiciones medievales recogen
todavía aquello de la espada clavada en la piedra que sólo el hombre de fuerte
voluntad va a poder extraer! ¿Qué es eso de extraer la espada de la piedra? Es
la voluntad que extrae lo vertical de la materia, que es horizontal; es decir,
que una de las fundamentales armas que necesitamos para abrir los caminos en el
laberinto es voluntad, fuerza de voluntad.
Otra arma importantísima
es el hilo, la astucia del hilo que se va a desenvolver por los caminos para
encontrar el regreso. Ese hilo es perseverancia y, diríamos más, es memoria.
¿Por qué se echa el hilo por los caminos del laberinto? Porque nosotros estamos
imposibilitados para recordar por dónde caminamos, por dónde vamos, con qué
escollos tropezamos y por dónde podemos salir. No pudiendo recordarlo,
utilizamos el sortilegio del hilo que volveremos a encontrar y nos va a indicar
el camino del regreso. Es la posibilidad laberíntica de no repetir los mismos
errores, de reconocer aquellos sitios que hemos ido hollando con nuestra propia
evolución y de saber cuáles son los caminos que nos quedan por recorrer y cómo
debemos hacerlo.
Para los griegos Ariadna
es el alma que, en el momento justo, cuando Teseo está más desesperado, le entrega
una respuesta y una salida, una llave, una solución. Eso que vibra, eso que
vive, eso que nos proporciona las soluciones en el momento justo, eso es
Ariadna, el alma, la salvadora que aparece oportunamente y nos da la solución
para resolver nuestro problema…
Cuando se toma
conciencia del laberinto, cuando se penetra en él, tanto hoy nosotros como
Teseo en la mitología griega, hay que concienciar también la importancia de
encontrar la salida. El que halla la salida, destruye el laberinto.
Sin embargo, hay que
tener en cuenta que la salida del laberinto no está fuera; la salida del
laberinto está exactamente en el centro, en el corazón del laberinto. El que
penetra en el laberinto y, advirtiendo sus recovecos y tortuosidades, siente
miedo y huye, el que pretende escapar hacia los laterales o quedarse fuera, o
tan solo husmear apenas la superficie, ese no resuelve el laberinto. Hay que
hacer verdaderamente como Teseo: introducirse, caminar, llegar al centro mismo.
En el centro está la salida, no hacia fuera. Hay que tener la valentía de un
Teseo y enfrentar los monstruos.
Ciertamente, es muy
difícil que se nos aparezca a nosotros este elemento prehistórico mitad hombre,
mitad toro. Pero nosotros tenemos monstruos diarios que se nos enfrentan y con
los que debemos batallar, si es que nos atrevemos. Dudas, preocupaciones,
rencores, temores, inseguridades que, aunque no tomen cuerpo físico, viven en
nosotros y tienen tentáculos tan poderosos como el Minotauro de Creta.
En todos nosotros está
también el trabajo de despertar a Teseo, darle vida, sacar ese héroe a la luz.
(…) Por eso hemos escogido el tema de un héroe
griego que penetra en el laberinto, que mata a un monstruo y que se encuentra
con su alma, que le ayuda para salir. Viejo tema que nos permite comprobar una
vez más que los años han pasado y que las civilizaciones solo aparentemente han
cambiado mucho.
El problema de recorrer
el laberinto y salir de él sigue siendo nuestro.”
a) ¿Cómo
pensás la salida del laberinto por el centro?
b) ¿Qué
otros relatos conocés que incorporan “la espada clavada en la piedra”?
c) Vos,
¿ya le encontraste un sentido a tu vida?, ¿cuál?, ¿cómo?
d) ¿Qué
actos heroicos imaginás para el hombre de hoy?
e) Explicá
con tus palabras la oración destacada en el primer párrafo en relación con el
texto leído y las actividades de esta consigna.
5) Averiguá datos sobre la existencia histórica
del laberinto de Creta.
(Cuento)
Sé que me acusan de soberbia, y tal vez de misantropía, y tal vez de locura. Tales acusaciones (que yo castigaré a su debido tiempo) son irrisorias. Es verdad que no salgo de mi casa, pero también es verdad que sus puertas (cuyo número es infinito) están abiertas día y noche a los hombres y también a los animales. Que entre el que quiera. No hallará pompas mujeriles aquí ni el bizarro aparato de los palacios, pero sí la quietud y la soledad. Asimismo hallará una casa como no hay otra en la faz de la tierra. (Mienten los que declaran que en Egipto hay una parecida.) Hasta mis detractores admiten que no hay un solo mueble en la casa. Otra especie ridícula es que yo, Asterión, soy un prisionero. ¿Repetiré que no hay una puerta cerrada, añadiré que ho hay una cerradura? Por lo demás, algún atardecer he pisado la calle; si antes de la noche volví, lo hice por el temor que me infundieron las caras de la plebe, caras descoloridas y aplanadas, como la mano abierta. Ya se había puesto el sol, pero el desvalido llanto de un niño y las toscas plegarias de la grey dijeron que me habían reconocido. La gente oraba, huía, se prosternaba; unos se encaramaban al estilóbato del templo de las Hachas, otros juntaban piedras. Alguno, cro, se ocultó bajo el mar. No en vano fue una reina mi madra; no puedo confundirme con el vulgo, aunque mi modestia lo quiera.
El hecho es que soy único. No me interesa lo que un hombre pueda trasmitir a otros hombres; como el filósofo, pienso que nada es comunicable por el arte de la escritura. Loas enojosas y triviales minucias no tienen cabida en mi espíritu, que está capacitado para lo grande; jamás he retenido la diferencia entre una letra y otra. Cierta impaciencia generosa no ha consentido que yo aprndiera a leer. A veces lo deploro, porque las noches y los días son largos.
Claro que no me faltan distracciones. Semejante al carnero que va a embestir, corro por las galerías de piedra hasta rodar al suel, mareado. Me agazapo a la sombra de un aljibe o a la vuelta de un corredor y juego a que me buscan. Hay azoteas desde las que me dejo caer, hasta ensangrentarme. A cualquier hora puedo jugar a estar dormido, con los ojos cerrados y la respiración poderosa. (A veces me duermo realmente, a veces ha cambiado el color del día cuando he abierto los ojos.) Pero de tantos juegos el que prefiero es el de otro Asterión. Finjo que viene a visitarme y que yo le muestro la casa. Con grandes reverencias le digo: Ahora volvemos a la encrucijada anterior o Ahora desembocamos en otro patio o Bien decía yo que te gustaría la canaleta o Ahora verás una cisterna que se llenó de arena o Ya verás cómo el sótano se bifurca. A veces me equivoco y nos reímos buenamente los dos.
No sólo he imaginado eso juegos, también he meditado sobre la casa. Todas las partes de la casa están muchas veces, cualquier lugar es otro lugar. No hay un aljibe, un patio, un abrevadero, un pesebre; son catorce [son infinitos] los pesebres, abrevaderos, patios, aljibes, la casa es del tamaño del mundo; mejor dicho, es el mundo. Sin embargo, a fuerza de fatigar patios con un aljibe y polvorientas galerías de piedra gris, he alcanzado la calle y he visto el templo de las Hachas y el mar. Eso no lo entendí hasta que una visión de la noche me reveló que también son catorce [son infinitos] los mares y los templos. Todo está muchas veces, catorce veces, pero dos cosas hay en el mundo que parecen estar una sola vez: arriba, el intrincado sol; abajo, Asterión. Quizá yo he creado las estrellas y el sol y la enorme casa, pero ya no me acuerdo.
Cada nueve años entran en la casa nueve hombres para que yo los libere de todo mal. Oigo sus pasos o su voz en el fondo de las galerías de piedra y corro alegremente a buscarlos. La ceremonia dura pocos minutos. Uno tras otro caen sin que yo me ensantgriente las manos. Donde cayeron, quedan, y los cadáveres ayudan a distinguir una galería de las otras. Ignoro quiénes son, pero sé que uno de ellos profetizó, en la hora de su muerte, que alguna vez llegaría mi redentor, Desde entonces no me duele la soledad, porque sé que vive mi redeentor y al fin se levantará sobre el polvo. Si mi oído alcanzara los rumores del mundo, yo percibiría sus pasos. Ojalá me lleve a un lugar con menos galerías y menos puertas. ¿Cómo será mi redentor?, me pregunto. ¿Será un toro o un hombre? ¿Será tal vez un toro con cara de hombre? ¿O será como yo?
El sol de la mañana reverberó en la espada de bronce. Ya no quedaba ni un vestigio de sangre.
-¿Lo creerás, Ariadna? -dijo Teseo-. El minotauro apenas se defendió.
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